Hallé
SIR MARK ELDER
Edward Elgar
Sinfonías 1 y 2
Hallé ©2024
Grabado en Octubre 2018 y Septiembre 2021, The Bridgewater Hall, Manchester (UK)
Pablo Suso / Qué mejor forma de despedir –o mejor dicho, ensalzar– la última temporada de un maestro de la categoría de Sir Mark Elder que recuperando dos registros de los tantos que preserva el archivo de la Hallé. Recomiendo bucear en sus archivos, un verdadero deleite al alcance de todos a través de su página web, y toda una muestra del devenir de la programación de la ciudad a la que pertenece, de los gustos de cada época vivida y de la visión de sus distintos directores y programadores. Veinticinco años después, la Hallé Concert Society suma a su imponente nómina de directores musicales (Charles Hallé, Hans Richter, Sir Hamilton Harty, Sir Thomas Beecham, Sir Malcolm Sargent, Sir John Barbirolli y Kent Nagano, entre otros) la figura de Sir Mark Elder, situando el listón a gran altura para quien será su sucesor, el maestro Kahchun Wong.
Claro que elegir la música de Sir Edward Elgar como culminación de un ciclo bien puede considerarse como un ejercicio de orgullo y propaganda. Visto de esta manera, la elección es del todo oportuna y digna de elogio. Difícilmente encontraremos algo tan británico como la música de Elgar; toda su producción es un símbolo de una época, pero sobre todo de un sentimiento, de una forma de vivir y de proyectarse al mundo. Quien se enfrenta a su música recoge las mismas sensaciones que aquellos que profundizan en la fantasía e integridad de Lewis y Tolkien, en el clasicismo de Maugham, en la detallada descripción y sátira de una época perdida de Waugh, en el humor sencillo de Wodehouse o en el reflejo de las contradicciones y miserias humanas de Greene. Todo ello es la proyección de una cultura, de una herencia adquirida y cuidada que se sobrepone a las mezquindades del egoísmo actual para ayudar a superar y a imponer una existencia y una personalidad propia en la relación de su pueblo con el resto del mundo.
He llegado a leer que la música de Elgar es un ejemplo de patriotismo imperialista, ahí es nada, pero lo que se plasma en la misma es el ideal del romanticismo victoriano, el lirismo, la relación con la naturaleza y la expresión de los sentimientos que tan bien saben los ingleses mantener a raya y solo exteriorizan a través del arte. Es posible que estas líneas estén contaminadas de anglofilia, pero difícilmente se encuentra uno con esta altura intelectual, tan familiar para nuestra sociedad, en la producción artística de un país. Elgar no es solo reflejo de una época, incluso de un tiempo perdido, sino que es también, junto a otros como Walton y Vaughan Williams, cimiento de la fecunda producción actual de las islas, representada por nombres como Adés, Turnage o MacMillan. Curiosamente, su música no frecuenta lo que debería las salas de una sociedad tan cercana en muchos aspectos a la británica como la de quien esto escribe, una sociedad que históricamente se ha visto reflejada en unos vecinos del norte con quienes nos une la melancolía expresada en gran parte de sus expresiones artísticas.
Volviendo al registro en sí, y dejando de lado lo alegórico, poco se puede remarcar al tratarse de un trabajo ejemplar en su globalidad. Curiosamente, se destaca en la carátula que la grabación de la Sinfonía nº 1 fue realizada bajo las restricciones del Covid-19; felicitémonos por el trabajo de producción e ingeniería, ya que no se aprecia ninguna diferencia ni merma en la calidad del sonido e interpretación.
Maestro y orquesta realizan un verdadero trabajo de contención a lo largo de todo el registro, huyendo de triunfalismos y de melancolías excesivas. El sonido de la sala permite mantener cierta distancia y es de agradecer que no se reciba con inmediatez, forma con la que habríamos perdido ese espacio natural y tan necesario que habita entre el sonido y su reverberación y que deja paso al silencio. En todo caso, esta es una interpretación de altura para quienes Elgar es, lógicamente, parte de su acervo más íntimo, para quienes interpretan esta música con la naturalidad del que charla con un viejo amigo y son capaces de transitar por sus extremos sin que la estructura se agite. Todo fluye con la naturalidad y el sosiego de un íntimo relato entre susurros.