Quincena Musical: Una Carmen a medio gas
San Sebastián, 08/08/2024. Kursaal. 85ª Quincena Musical de San Sebastián.
Carmen, ópera dramática en cuatro actos de Georges Bizet. Libreto de Ludovic Halévy y Henri Meilhac basado en la novela homónima de Prosper Mérimée. Estreno: Opéra-Comique de París, 1875.
Carmen – Rihab Chaieb; Don Josè – Dmytro Popov; Micaëla – Miren Urbieta-Vega; Escamillo – Simón Orfila; Mercedes – Marifé Nogales; Frasquita – Helena Orcoyen; Dancaire – José Manuel Díaz; Morales – Juan Laborería; Zúñiga – Mikel Zabala; Remendado – Aitor Garitano; Euskadiko Orkestra; Easo Abesbatza; Dirección Easo Abesbatza. – Gorka Miranda; Dirección musical – José Miguel Pérez-Sierra; Dirección de escena – Emilio López; Escenografía – Carmen Castañón; Vestuario – Naiara Béistegui; Iluminación – Óscar Frosio; Maestros repetidores – Lucía Arzallus y Arkaitz Mendoza; Producción – Quincena Musical de San Sebastián.
Nora Franco Madariaga/
La ópera de Quincena siempre es un acontecimiento en Donostia, musical, por supuesto, pero también social, sobre el que se pone mucha dedicación y aún más expectación, por lo que el Auditorio Kursaal se encontró en el estreno con más ambiente del habitual. Para esta edición de Quincena, que lleva como hilo conductor los viajes y el exotismo, la Carmen de Bizet aportaba ese aire sugerente y colorido tan apropiado, que se veía reforzado con un elenco nutrido de –queridos– nombres locales, que también resultó un reclamo añadido para aficionados y curiosos, que pudieron asistir a una buena velada de ópera, aunque más satisfactoria para los segundos que para los primeros, dependiendo de las expectativas que cada uno tuviese puestas en el resultado final, ya que, lo que en principio tenía todo para ser un gran éxito, curiosamente, un único factor determinante pudo si no dar al traste, al menos sí deslucir una gran representación.
En este punto, es necesario aclarar –más bien, tranquilizar– que, musical y vocalmente, la ópera funcionó a un buen nivel. Capitaneada por José Miguel Pérez-Sierra, la Euskadiko Orkestra sonó segura, enérgica y muy bien balanceada; con abundancia cromática, contrastes dinámicos, riqueza expresiva y cuidada articulación, la orquesta respondió en todo momento a la atenta batuta de un inspirado Pérez-Sierra, quien escogió unos tempi ligeramente vivos, manteniendo a músicos y cantantes atentos y con la energía alta, ofreciendo un conjunto vibrante y de calidad.
Rihab Chaieb construyó una Carmen con voz carnosa, de fascinante registro grave sin lastrar por ello el extremo agudo; la soprano tunecino-canadiense cantó la famosa Habanera inicial con oficio pero sin demasiada trascendencia –como sucede a menudo, en parte por los nervios de interpretar un aria tan conocida, en parte por no estar suficientemente metidas en el papel al ser la primera aria del rol–, pero recondujo rápidamente su intención, ofreciendo un retrato de la popular gitana de Bizet coherente, expresivo y bien modulado, aunque sin llegar al nivel de arrojo y pasión que se le presupone a una Carmen.
Sorprendió el tenor Dmytro Popov como Don Josè, con una voz mucho más oscura y corpórea de lo que se acostumbra en este rol, pero bien timbrada, de agudo fácil y redondo y fraseo elegante que, superada la extrañeza inicial, convenció.
Una vez más encandiló al público la soprano Miren Urbieta-Vega como una Micaëla de voz generosa y de gran proyección y, aunque “jugar en casa” siempre ayuda, es también cierto que últimamente todo lo que hace es un éxito; con esa voz grande tan suya, sin aspavientos ni estridencias, emocional y emocionante, cantó con brillo y vuelo, lleno de delicadeza y preciosos finales filados. En un estado de gracia en el que todo lo que toca lo convierte en oro, hay que elogiar y reconocerle un enorme trabajo y una carrera muy inteligente que está dando sus frutos.
Muy bien también el bajo-barítono Simón Orfila en el rol de Escamillo, que conquistó con su timbre oscuro y seductor; sin embargo, en los pasajes más graves se dejó escuchar un vibrato grande y pesado que frenó ligeramente su voz tanto en tempo como en emisión, haciéndola parecer algo cansada; curiosamente, en el registro central-agudo, este vibrato desaparecía, dando paso a una voz amplia, cómoda y fluida, mucho más cómoda y resuelta.
El cuarteto de contrabandistas estuvo integrado por Marifé Nogales y Helena Orcoyen como Mercedes y Frasquita, ambas frescas y ligeras en sus pesonajes, con desparpajo, ligereza, riqueza tímbrica y estupendo empaste, secundadas por osé Manuel Díaz y Aitor Garitano en los papeles de Dancaire y Remendado respectivamente, bien compenetrados en ese endiablado trabalenguas del segundo acto, ambos con voces seguras y timbradas, aunque de colores completamente opuestos. Mikel Zabala y Juan Laborería como Zúñiga y Morales desempeñaron fabulosamente sus papeles, aunque tal vez ligeramente escaso de volumen Zabala; muy bien Laborería, con un color de barítono envidiable. Mientras, los coros del Easo, cumplidores, participaron con un adecuado trabajo vocal –si bien es cierto que la escolanía cantó “excesivamente” bien; esto es: con un sonido y una emisión tan trabajadas que perdió un poco de ese frescor que aporta el sonido infantil– y notorio entusiasmo.
Hasta aquí, todo muy bien; sin embargo, la parte actoral de esta Carmen de la Quincena quedó totalmente deslucida por una dirección escénica de Emilio López pobre y sin muchas aspiraciones, que recurrió a manidas formaciones estáticas –la sempiterna y trasnochada doble diagonal para el coro–, al clamoroso desaprovechamiento de las reconocidas capacidades escénicas del elenco y que pintó una protagonista sin seducción ni picardía, obvia –casi ofrecida– y plana.
Lástima, porque tuvo un par de momentos interesantes –como los maltratos continuados o la puñalada por la espalda, que, si hubiesen estado bien trabajados, apuntaban a un Don Josè de calado–, y la escenografía de Carmen Castañón –parca en elementos pero bien escogidos– y la iluminación de Óscar Frosio funcionaron bien, pero la ambientación –supuestamente situada en los años tras la Guerra Civil– resultó muy indefinida, intrascendente y algo incoherente con parte del vestuario. Sumado a la escasa línea dramatúrgica y a la pueril dirección escénica, dejaron a medio gas la que pudo haber sido una gran Carmen.