Mundoclásico: “Cuando una orquesta se sabe casi centenaria”
Este artículo fue publicado en www.mundoclasico.com el 05/12/2014
Joseba Lopezortega
Bilbao, 20/11/2014. Euskalduna Jauregia. Juilliard String Quartet. Orquesta Sinfónica de Bilbao. Erik Nielsen, director. Bohuslav Martinu: La Bagarre. Edward Elgar: Introducción y Allegro para Cuarteto de cuerda y orquesta, Op. 47. Bohuslav Martinu: Concierto para Cuarteto de cuerda y orquesta, H. 207. Antonin Dvorak: Sinfonía número 8 en Sol mayor, Op. 88. Aforo: 2164. Ocupación: 70%.
Coincidían en el abono de la BOS, Sinfónica de Bilbao, varios elementos de interés. En el programa dos estrenos absolutos -las obras de Bohuslav Martinu-, un cuarteto legendario como el Juilliard String Quartet y un maestro, el joven norteamericano Erik Nielsen, que hace algo más de dos años causó sensación en Bilbao dirigiendo “Die tote Stadt” dentro de la temporada de ABAO-OLBE, con la Sinfónica de Bilbao en el foso. Si bien el auditorio no registró la ocupación de las grandes ocasiones, cosa que resulta aparentemente inexplicable, la velada no defraudó y fue de un enorme interés de principio a fin.
“La Bagarre” es una obra de gran modernidad, muy abierta y dinámica, y llena de contrastes y pluralidad de armonías, e implica abrir programa de modo muy enérgico. Nielsen es un director equilibrado, preciso y muy capacitado, con la musicalidad y la clase suficientes –y necesarias- para sacar de una orquesta sus mejores cualidades. La BOS es una orquesta capaz de lo mejor sólo si tiene delante un maestro de calidad, y por esa misma razón acusa en exceso el trabajo con directores menos dotados. Esta temporada ha visitado los dos extremos. Centrándonos en Nielsen, este posee una gran técnica, una actitud abierta a aprender y enseñar y tiene, por tanto, el gran don de hacer que una orquesta suene como un único y buen instrumento y se escuche a si misma sabiendo que está exhibiendo su máximo potencial de calidad, y no su ocasional medianía o su buen término medio habitual. Si un crítico la calificaba recientemente como una orquesta falta de color, definiéndola como un cuadro impresionista algo apagado –u otra metáfora de similar altura literaria-, lo que escuchamos en el Euskalduna debiera enmudecerle para los restos: esa era la BOS. Precisamente esa: lo que pasa es que no siempre tiene a Nielsen en el podio, cosa que probablemente merecería.
Es un placer seguir las manos de este maestro, observar la manera en que clava los pies en el podio y trabaja sin aspavientos, pero transmitiendo a la orquesta lo mucho que la entiende: demostró que la BOS es en 2014 una orquesta de memoria, raíces y posos casi centenarios, y que esa antigüedad pesa y ennoblece y no se improvisa. Como decía un colega en la prensa bilbaína hace unos días, “¡qué buena vasalla cuando hay buen señor!”. Una gran verdad. Pero también es cierto que no logra establecerse en ese umbral de calidad y que tiene un cierto problema de continuidad sobre el que siempre vuelvo y cuya solución, en alguna medida, dependerá de la inteligencia y la valentía en la elección de su nuevo maestro titular.
El Juilliard String Quartet salió al escenario en posesión de una musicalidad casi mágica. Ofreció desde el primer momento una paleta maravillosa con el Elgar, sonando colorista e ingrávido, transmitiendo incluso un cansancio virtuoso y venerable, con tantas notas y tantas canas. La BOS ejercía como un lienzo blanco, ofreciéndose al máximo, sintiéndose invocada por el mito y la batuta que convergían con ella en unos compases inolvidables. Nielsen sumaba, sin dejar que los factores desaparecieran. Disfrutaba como un chiquillo que moldea con plastilinas, se volcaba en ese placer de hacer música que atenaza a todo un escenario, y que transmite seguridad, serenidad y entusiasmo hasta el último rincón del auditorio. En el Concierto para cuarteto de cuerda de Martinu, lo mismo. Rara ocasión escuchar dos obras de Martinu en un programa en Bilbao –y casi en cualquier plaza-, y he aquí que fue decisión del maestro, quien cree –con criterio- que cuando un compositor es muy poco interpretado es conveniente ofrecer al menos dos obras que muestren su amplitud y permitan conocerle un poco mejor que con sólo un título. “La Bagarre” y el Concierto construían, de esa manera, una carta de presentación, un doble estreno y un espacio sonoro totalmente nuevo para la orquesta y el público de Bilbao. El Juilliard, por su parte, era dócil y compañero, tocando allí en pie, proporcionando una estampa difícil de olvidar. Sólo los grandes pueden permitirse ser humildes. El Juilliard lo es.
La número 8 de Dvorak expuso al público una belleza distinta, pero no ajena, a la de la primera parte del programa, con Nielsen abriendo la obra para el público y los músicos disfrutando de forma evidente. De una precisión fascinante, Nielsen hizo un Dvorak muy sensible, equilibrado, amigable y próximo, diríase muy bello y sólido y a la vez muy etéreo: cuando se produce, la magia musical más poderosa es la más pasajera y frágil. Parece no transcurrir, sino que simplemente sucede. En el segundo movimiento claridad y dulzura, pero mirando desde una lejanía prudente y altiva cualquier gusto empalagoso. Precioso. En el Allegretto se elevaba la BOS a un plano como probablemente no haya experimentado desde la visita en la anterior temporada de Isaac Karabtchevsky o desde la Cuarta de Bruckner con Günter Neuhold, que pudo disfrutarse en Bilbao y en el madrileño Monumental. En el Allegro final, Nielsen expuso el catálogo completo de las capacidades de la BOS. La de Bilbao es una orquesta que necesita complicidad y mutua estima y reconocimiento con cada maestro. Exige en bloque una batuta que la haga crecer y evolucionar hacia una calidad creciente, que la mejore. De esta manera, este excelente concierto fue también un recordatorio: no vale cualquier maestro, no para esta BOS que rinde al nivel que rinde cuando encuentra a un Nielsen en el podio.