Deia: “Volver a los clásicos”
Asier Vallejo Ugarte
Sociedad Filarmónica de Bilbao. 20-II-2015. Ramón Ortega Quero, oboe. Sebastian Manz, clarinete. Marc Trénel, fagot. David Fernández Alonso, trompa. Gülru Ensari, piano. Obras de Stamitz, Beethoven y Mozart.
Siempre está bien volver a los clásicos para poner las cosas en orden y es muy de agradecer que, de vez en cuando, se haga a través de obras poco habituales en nuestras salas de conciertos. Es el caso de los Quintetos para piano y viento de Mozart y Beethoven, ambos en la tonalidad de mi bemol mayor, preludiados en esta velada por el breve Cuarteto para oboe, clarinete, fagot y trompa, op. 8 nº 2 (1773), también en mi bemol, de Carl Stamitz, escrito originalmente para clarinete y tres cuerdas. Stamitz, compositor refinado y apreciado en la animada vida musical de la Viena de los setenta, desarrolla en su cuarteto un estilo galante propio de su tiempo, con sus frases perfectamente articuladas bajo el doble prisma de la regularidad y la transparencia armónica.
Sorprendió que los músicos decidiesen cambiar el orden inicial e interpretar el Quinteto de Beethoven antes que el de Mozart. Pudo deberse a que éste es la obra acabada de un compositor en plenitud, y naturalmente los conciertos aspiran siempre a terminar en punta, pero es también una referencia más que evidente para la juvenil pieza de Beethoven, empezando por ese luminoso mi bemol mayor. Por eso hubiera podido tener más sentido interpretarla antes para poder ver con claridad que en Mozart, como dice Pestelli, “Beethoven se encuentra la personalidad ya formada de muchas tonalidades: el do menor y el mi bemol mayor son elecciones tácticas llevadas a cabo siguiendo las huellas de muestras mozartianas”.
Con todo, los cinco músicos supieron mostrar con elegancia y virtuosismo los vínculos que unen ambas obras. Por una vez el innovador es Mozart, que compone su maravilloso Quinteto (1784) al vacío, sin modelos previos más allá de su sensacional desenvoltura escribiendo Harmoniemusik para conjuntos variables de instrumentos de viento. Pero al introducir el piano trasciende por completo la forma. El propio Mozart la considera una de sus mejores obras y no debe sorprender que el joven Beethoven la tenga presente en su búsqueda de un camino personal, aunque en su Quinteto (1796), como en las sonatas de esa misma época, la escritura pianística comienza a adentrarse en los dominios del contraste y de la sonoridad plena, indicios de un fuerte carácter que logrará hacer valer con el paso del tiempo.