Deia: “Clásicos”
Asier Vallejo Ugarte
Sociedad Filarmónica de Bilbao. 25-V-2015. Daniel Müller-Schott, violonchelo. Simon Trpceski, piano. Obras de Beethoven, Shostakovich y Rachmaninov.
Volvía a la Filarmónica Daniel Müller-Schott, que es sin duda uno de los mayores violonchelistas de la actualidad, en pareja con Simon Trpceski, uno de esos pianistas que no están necesitando hacer mucho ruido para ocupar un espacio propio en las programaciones de las principales salas de conciertos. En solitario son dos musicazos y juntos se entienden tan bien que forman un dúo formidable, un dúo de auténtica excepción, pero no un dúo explosivo, pues ninguno de ellos lo es realmente. Ello hizo que en la Sonata nº 4 en do mayor (1815) de Beethoven, obra innovadora y avanzada pero un tanto árida para dar inicio a la velada, la ambición experimental se hiciese valer más a través del juego tímbrico que de la expresión rebelde, latente en el sempiterno deseo del alemán tensar las formas clásicas.
La ecléctica y muy melódica Sonata para violonchelo en re menor (1934) de Shostakovich es una pieza singular en sí misma y, desde luego, sorprendente en su contexto, ya que pertenece a una etapa en la que el compositor se adentraba con paso firme en los terrenos de la modernidad. Recordemos que es contemporánea de Lady Macbeth de Mzensk, una ópera severamente condenada por el régimen, entre otras cosas, por sus “sonidos intencionadamente disonantes y caóticos”. Pero el tono de la Sonata es perfectamente clásico y se adecuó de maravilla al estilo de nuestros dos músicos. Únicamente jugó en contra del pianista el recuerdo de Martha Argerich en esta misma sala y en esta misma obra (con Mischa Maisky) hace unas seis temporadas; será injusta la comparación, pero la estela de Martha es de las que perduran siempre.
Tanto se escuchan el Segundo y el Tercer concierto para piano de Rachmaninov que a veces olvidamos otras obras maestras suyas como son las Vísperas, sus dos tríos elegíacos o la hiperexpresiva Sonata para violonchelo y piano en sol menor (1901), con ese Andante que es pura emoción en música. Müller-Schott y Trpceski se lucieron en sonido, en fraseo, en precisión, en lirismo, en contrastes, en técnica y, por supuesto, en un virtuosismo que en esta música de Rachmaninov es completamente legítimo, tanto como ese pathos característico que habría podido aflorar con mayor presencia a nada que ambos hubiesen decidido tocar con un poco más de alma.