Últimamente tenemos un día casi para cualquier cosa que se les ocurra. Recuerdo mi infancia, cuando sólo conocía el día del padre, el de la madre y el del domund. Sin embargo ahora manejo con (cierta) soltura fechas como el día de la mujer trabajadora, el día de la tierra, el día mundial del agua, el día sin tabaco, el del libro, el del orgullo gay, el del orgullo friki… Sin ir más lejos, hoy 21 de junio, además del solsticio que la astronomía nos impone y el consiguiente comienzo del verano, celebramos (o eso me han dicho) el primer Día internacional del Yoga y el Día internacional contra la ELA. Y, si no recuerdo mal, el Día Europeo de la Música.
Esta fiesta se la inventaron los franceses en el 82 (mientras aquí nos ocupábamos de Naranjito) y, aunque se extendió por Europa a toda velocidad, nos llegó mucho más tarde. Pero con muchas ganas, eso sí, llenando las plazas y rincones de música, tanto de aficionados como de profesionales, para hacer llegar a todo el mundo este arte.
Hoy también he visto en televisión, internet y redes cómo distintas ciudades festejan esta fecha con actividades de sus orquestas, bandas, conservatorios, teatros… y no puedo dejar de sentir nostalgia por todas esas actuaciones que llenaban nuestras calles en este día y que la crisis (o alguien disfrazado de ella) se llevó.
Pero es una nostalgia relativa, no se crean. Por una parte, que las circunstancias económicas se hayan llevado por delante la música me resulta un indicador claro del valor que se le da hoy en día al arte. Y por otra, hoy tengo una gran sensación de consuelo después de la noche de ayer. Y me explico: anoche celebramos la Noche Blanca que desde hace años viene organizando Bilbao 700 con motivo del cumpleaños de Bilbao (hablando de día de…). Y un año más, además de numerosos espectáculos de luz en las fachadas de emblemáticos edificios de la villa y distintos espectáculos repartidos por nuestras calles, un numeroso público pudo disfrutar en el pórtico de la Catedral (tanto dentro cómodamente sentados, como fuera enganchados a los barrotes) de tres maravillosos conciertos corales ofrecidos por el Coro del Conservatorio y el Coro Euskeria de la Sociedad Coral de Bilbao, y la Coral de Iralabarri. Tres conciertos que comenzaron a las diez de la noche y terminaron rayando la una de la madrugada. Casi tres horas de música fresca, joven, vibrante, viva, amena, cercana y, sobre todo, muy bien hecha.
No habremos tenido un Día Europeo, pero Bilbao sigue cuidando de la música. Y después de haber escuchado esas maravillosas voces infantiles y jóvenes de la Sociedad Coral de Bilbao, tan profesionales, dirigidas por José Luis Ormazábal y Urko Sangróniz y acompañadas al piano por Anus Cividian, y ese sabor de boca tan chispeante que dejó la Coral de Iralabarri bajo la dirección de Jordi Albareda y las teclas de Pedro Guallar, me quedo muy tranquila: nuestra música coral está muy viva. Todos los días. Y algunas noches.