Muchas luces y una sombra
Nora Franco Madariaga · Pablo Cepeda
El pasado domingo la Sociedad Coral de Bilbao, dirigida por Julio Gergely y acompañada al órgano por Gerardo Rifón, ofreció en Lekeitio –dentro de la XXXVII Musikaldia Itsas Soinua– un concierto muy especial, tanto por las características del repertorio (delicadas obras sacras de grandes compositores del romanticismo) como por la complejidad técnica de las obras interpretadas y la formación coral, en un número mucho más reducido de lo habitual, casi camerístico (apenas 40 voces).
El programa, que se había interpretado con anterioridad en la XXIX Semana Musical de Bakio y en el Ciclo Internacional de Órgano de Torreciudad, dio comienzo con un Ave María a cuatro voces blancas de Brahms, de enorme delicadeza y religiosidad, interpretado con dulzura por las mujeres de la Sociedad Coral. Continuó con el salmo de Mendelssohn Hör mein Bitten, para coro mixto, órgano y soprano solista (Isabel Sanz en esta ocasión, aunque también se ha podido escuchar en la voz de Loli Hernández). Esta obra, compuesta entre mayo y junio de 1844, parafrasea los siete primeros versos del Salmo 55 con una estructura que recuerda al recitativo más aria, tan habitual en el barroco, pero con un lenguaje romántico en el que el diálogo entre el coro y la solista se envuelve sobre sí mismo dotando a la obra de una expresividad única.
Sin embargo, la obra principal del concierto fue el Te Deum a 8 voces mixtas, también de Félix Mendelssohn, para la cual la Coral se dividió en dos pequeños coros, cada uno de ellos con un cuarteto solista (Isabel Sanz, Mª José Zalbide, Imanol Nebreda y Urko Sangróniz; Ana Teresa Martínez, Nora Franco, Alberto Abete y Santiago Erkoreka).
El Te Deum fue escrito en 1826, cuando Mendelssohn apenas contaba con 17 años. A pesar de su juventud, el dominio de cada aspecto de la composición es evidente a lo largo de la obra. Dividido en doce partes, sobresale por su dulzura el nº 8 Te ergo quaesumus, interpretado por los solistas, o el nº 11 Dignare Domine, en el que los dos coros y los dos cuartetos cantan a 16 voces, creando una textura densa pero de gran belleza.
La parte instrumental del concierto tuvo dos protagonistas de calidad: el organista Gerardo Rifón, y el órgano Cavaillé-Coll de la Basílica de Santa María. Comenzando por este último, se trata de un instrumento de tipo romántico construido por el taller de Aristide Cavaillé-Coll de París, considerado el mejor organero del siglo XIX. Construido en 1854, tiene el honor de ser cronológicamente el primer instrumento de tipo romántico que se instaló en nuestro país.
Consta de dos teclados (uno de ellos expresivo) y pedalero, con un total de 22 registros diferentes que abarcan todas las familias habituales en los órganos de este tipo (principales, flautas, cordófonos y lengüetería). Sus características sonoras lo hacen ideal para la interpretación de música romántica y el acompañamiento de voces. Asimismo, al pertenecer a la primera etapa de su constructor, se adscribe en parte al periodo clásico y su sonido es menos oscuro que el de instrumentos posteriores de la misma casa. Un sonido por tanto muy adecuado para el Mendelssohn que protagonizó el concierto.
El donostiarra Gerardo Rifón es un habitual en estas labores de acompañamiento (por ejemplo con el Orfeón Donostiarra) o de realización del bajo continuo (con la BOS o la OSE). Con estos mimbres era de esperar un cesto de buena calidad; esto es, que la Sociedad Coral cantara en el coro alto de la basílica junto al órgano, tanto para facilitar la necesaria coordinación coro-organista, como para que el coro se viera arropado y contagiado por el sonido del órgano.
Pues bien, por una decisión de los organizadores del concierto, la Sociedad Coral hubo de cantar abajo, en las escaleras del presbiterio, en claro detrimento del resultado artístico final. En estas circunstancias, es de alabar el buen hacer de Rifón, que pese a la distancia consiguió no sólo ir a tempo con el coro, sino ser capaz de reaccionar finales ante casi súbitos como en el Te Aeternum Patrem. Merece una especial mención su papel en el Patrem Immensae Majestatis acompañando al octeto de voces solistas de manera impecable. No todo fue perfecto, pues hubo momentos en que el órgano se quedó por detrás del coro tanto en tempo como en dinámica, pero dadas las condiciones ya enunciadas sería poco justo destacarlas y emborronar una actuación más que meritoria.