Yolanda Quincoces /
…Dos veces bueno, nos dicen. Y habrá que aplicarse el cuento, pues breve (pero intensa) es la pequeña sección dedicada en esta gala a la zarzuela. Muy apropiadamente abrimos dicha sección con dos fragmentos de una obra que ha permanecido desde su estreno hasta el día de hoy como el emblema de la zarzuela vasca: El Caserío, de Jesús Guridi. Con libreto de Guillermo Fernández-Shaw y Federico Romero, fue estrenada en el Teatro de la Zarzuela en 1926, siendo la primera obra del género del compositor, que ya había obtenido éxitos en la lírica con sus óperas Mirentxu (1910) y Amaya (1920). En ningún caso comparables, sin embargo, al conseguido por El Caserío, equilibrada mezcla entre lo cómico y lo sentimental, de ambientación regionalista y representación tipificada de la sociedad rural vasca, que fue extraordinariamente bien acogida por el público madrileño. Esta magistral partitura está ampliamente basada en el folclore musical vasco, que se deja notar en forma de ritmos de zortziko, en el uso del txistu y el tamboril o en la introducción de danzas vascas en las partes instrumentales. Todo ello traído sabiamente al campo de la música culta dando lugar a una bella y equilibrada obra lírica que catapultó a su autor a una fama aún hoy mantenida.
No podía faltar, por tanto, una alusión a este título en una gala como ésta, la cual vendrá de la mano de dos dúos opuestos entre sí, el dúo de Santi y Ana Mari (Con alegría inmensa…) y el dúo de Chomin e Inosensia (Cuando hay algo que haser…). El primero, de gran belleza lírica, ilustra el momento en que Ana Mari se ofrece a casarse con su tío Santi para que la herencia del caserío quede en la familia y él pueda tener con ella algo parecido al amor que en su día sintió por la madre de Ana Mari. El dúo de Chomin e Inosensia, en cambio, es uno de los momentos más cómicos de la obra. La joven pareja compone el típico dúo cómico que contrasta con el más serio de Ana Mari y Jose Miguel y crea una trama secundaria que da lugar a situaciones chistosas y músicas alegres y ligeras, como es el caso. Chomin está inicialmente enamorado de Ana Mari, pero su diferencia de posición y la indiferencia de ella son un obstáculo, así que cuando Inosensia, secretamente enamorada de Chomin, por fin se le declara, éste decide aceptarla y ambos obtienen su final feliz.
Retrocedemos setenta años hasta los inicios del género zarzuelístico para escuchar una de las piezas más conocidas del catálogo del maestro Francisco Asenjo Barbieri, iniciador del género de la zarzuela grande a mediados del siglo XIX, cuando el fracaso en la instauración de la ópera española llevó a un pequeño grupo de compositores a buscar una vía alternativa. Puede que la idea de recuperar el género cultivado por Calderón de la Barca en el siglo XVII y que toma su nombre del palacio en el que se representaban las obras de dicho género, no se deba enteramente a Barbieri, pero sí debemos a él las bases de su florecimiento y de su éxito. En Jugar con Fuego (1851), establecía este compositor las características de un género que habría de permanecer en la cumbre de la música española durante cien años en los que los éxitos se sucedieron de forma ininterrumpida.
Apenas tres años después estrenaba Barbieri la obra de la que aquí escucharemos su famoso bolero (Niñas que a vender flores…): Los Diamantes de la Corona; cuyo libreto, de Francisco Camprodón, es una adaptación al español de la ópera de Auber Les diamants de la couronne. Se estrenó en el Teatro del Circo de Madrid el 15 de septiembre de 1854, siendo la obra más exitosa de los primeros años de Barbieri como zarzuelista. Ambientada en el Portugal del siglo XVIII, narra la historia del robo de los diamantes de la corona real, del que se acusa a un grupo de bandidos capitaneados por la valiente Catalina. Ésta no es en realidad sino la joven reina de Portugal, que urde el plan de falsificar los diamantes y aparentar un robo para poder vender las auténticas joyas y conseguir dinero para las arcas del estado. Argumento idóneo para incluir situaciones de disfraces, malentendidos y amoríos en medio de una historia de aventuras. Musicalmente, Barbieri no escapa de la influencia de la ópera italiana, pero mezclada ésta con rasgos de la opereta francesa y, sobre todo, con un uso magistral de elementos musicales de carácter español. Es el caso de este conocido dúo, en ritmo de bolero y acompañado por las castañuelas, en el que el autor inserta además una canción andaluza de contrabandistas (muy al hilo del argumento pero sin relación directa con él), plagada de floreos y adornos vocales que evocan ese sabor andalucista tan característico.
Finalizamos con la Ensalada Madrileña de Don Manolito (1943), obra con libreto de Luis Fernández de Servilla y Anselmo Cuadrado Carreño, y música de Pablo Sorozábal, último gran representante del género lírico español. Había sido Sorozábal durante la guerra partidario del bando republicano, lo que le supuso ciertos problemas en los años de posguerra, en los que vio la luz Don Manolito. Tras el estreno en el Teatro Reina Victoria de Madrid, la censura no permitió que se publicara en la prensa madrileña ninguna referencia a la obra, que sin embargo fue alabada por el público y representada en cientos de ocasiones en los dos años siguientes. Como uno de los últimos títulos de verdadero éxito producidos en la historia de la zarzuela, Don Manolito sigue la línea de La del Manojo de Rosas, la que fuera sin duda la obra más célebre de su autor. Una obra pensada para el lucimiento del barítono protagonista, que cuenta con nada menos que cuatro romanzas en este sainete en dos actos ambientado en el original escenario de una estación de esquí de la sierra de Madrid.
La Ensalada Madrileña, interpretada por el coro al comienzo del segundo acto, es un simpático popurrí de canciones populares madrileñas extraídas del Cancionero popular de la provincia de Madrid, llenas de graciosas palabrejas y rimas sin sentido. Aunque su inclusión no influye en el desarrollo de los acontecimientos, no llega a salirse del todo del argumento, pues incluye en su sección central una referencia (No hay edad en el cariño) a la relación entre Don Manolito, un hombre de mediana edad, y la joven Margot, matrimonio acordado por el tío de ésta y a pesar de ambos, pero que acabará siendo deseado por los dos. Todo un homenaje a dicha ciudad, sede del estreno de la obra y a cuyo público Sorozábal quiso contentar con esta pequeña licencia.