Deia: “Puro Mozart”
Asier Vallejo Ugarte /
Sociedad Filarmónica de Bilbao. 15-I-2016. Mitsuko Uchida, piano. Mahler Chamber Orchestra. Mitsuko Uchida, directora. Obras de Mozart.
Puede que la imagen de Mozart como eterno adolescente siga impidiendo contemplar en su verdadera medida la grandeza de su música y la diversidad de polaridades que se interrelacionan en sus obras. Más reservado durante su época en Salzburgo, donde la música de iglesia y la de entretenimiento tenían una extraordinaria importancia, en la década vienesa tuvo arrestos suficientes para agitar las aguas de dos géneros capitales en su carrera como fueron la ópera (donde abolió para siempre las fronteras existentes entre lo serio y lo cómico) y el concierto para piano y orquesta. Hay entre dos de estos conciertos, el n° 19 en fa mayor(K. 459) y el n° 20 en re menor (K. 466), compuestos en una etapa de bienestar, de prosperidad, de máxima complicidad con la ciudad, una sideral distancia de tono y de espíritu, un recorrido entre dos extremos expresivos en los que se condensan la complejidad y la profundidad del pensamiento musical mozartiano.
Mitsuko Uchida es una de las grandes damas del piano de siempre y en su vuelta a la Sociedad Filarmónica, con la Mahler Chamber Orchestra y esos dos conciertos en el programa, la sala ofrecía una entrada y un ambiente realmente espléndidos. Lo primero que sorprendió en el K. 459 fue el sonido de la orquesta, un punto más seco de lo habitual, pero muy limpio y diáfano, con vientos a luz abierta y cuerdas incandescentes. El piano de Uchida emprendió el vuelo con una ligereza alejada de violencias y extravagancias, trazando frases llenas de fantasía en las que afloraba continuamente el secreto del estilo galante en su forma más expansiva y la frescura primaveral necesaria para mantener las constantes vitales de la obra. Tras el paréntesis ofrecido por el Divertimento para cuerda K. 137, en los primeros compases del K. 466 quedó marcado el cambio de rumbo abordado por Mozart hacia los rincones más oscuros de su conciencia, hacia un desbordamiento de las convenciones (es el primero de sus dos conciertos en modo menor) con el que comenzaba a llamar a las puertas de Beethoven. Al sentido del drama y al ímpetu teatral que laten de fondo en esta obra, Uchida quiso unir una delicadeza extrema que en determinados instantes desembocaba en sonidos al borde de la extinción, en la frontera de lo imperceptible, en contraste con los vendavales de energía provenientes de una orquesta envuelta en fuego. Música al límite observada desde el prisma de la simplicidad: en las mejores manos, Mozart nunca dejará de sorprender.