Nora Franco Madariaga/
Bilbao, 07/01/2016. Sociedad Filarmónica. Andeka Gorrotxategi, tenor. Rubén Fernández Aguirre, piano. Seis canciones de Francesco Paolo Tosti, Tre romanze (de Sei Romanze) de Giuseppe Verdi, Siete canciones populares vascas de Aita Donostia, Homenaje a Lope de Vega y Poema en forma de canciones de Joaquín Turina.
Reflexionaba mientras escuchaba la robusta voz de Andeka Gorrotxategi, impecablemente sostenida por el piano de Rubén Fernández-Aguirre, sobre las dificultades de un recital de canto y del repertorio camerístico, sobre la desnudez tanto de la voz como del sentimiento, sobre el complejo pas de deux que se establece entre cantante y pianista… Y no es reflexión menor.
Le daba vueltas a la valentía que demuestra siempre un intérprete cuando sale a un escenario, pero incluso frente al público hay lugar para esconderse: detrás de un vestuario, en la piel de un personaje, en la música que llega desde el foso… Pero en un recital de cámara no hay nada. Apenas un atril y la leve armonía que acompaña desde el piano, ese piano al que los cantantes se aferran como si fuera una tabla en un naufragio.
Es ahí, como decía, donde un cantante demuestra su valentía. Y su inteligencia. Porque hace falta una gran dosis de ambas para enfrentarse al público sin nada más que una voz desgarradoramente desnuda y abierto en canal, con las emociones desparramándose directamente desde las entrañas.
Y Andeka lo hace con una gran honestidad. Permítanme usar un término de moda: sin “postureo”. Conoce su voz, con sus luces y sus sombras. Sabe dónde pisa, bien sea terreno firme o arenas movedizas. Y aun así no se arredra. Porque es un camino al que debe enfrentarse, al que en su carrera debe ir aproximándose. Y qué mejor oportunidad que la que le ha ofrecido la Filarmónica de hacerlo en casa, entre amigos.
Todo esto pensaba yo mientras escuchaba un programa elaborado con mucha cabeza, con mucho detenimiento. Un programa ideado para comenzar afirmando los pies en el suelo, para sentirse seguro con seis canciones de Tosti que todos conocemos y que, sin grandes aspavientos y en una tesitura cómoda permiten, a media voz, mostrar el sonido dulce, la dicción expresiva, el brillo de la melodía y esa alegría vital que tienen escondidas las canciones italianas tristes. Memorable L’ultima canzone, con esos bellos y afinadísimos cambios de modo.
Sorprenden un poco en el programa las tres canciones de Verdi. Sin duda, con las características de la voz de Andeka no debería llamar nuestra atención encontrarle cómodo y brillante en un Verdi… pero no en un Verdi de recital. Estas tres canciones pertenecen a un Verdi muy menor, incluso insulso, que no emociona, por mucho que siempre supiera predecir el acorde justo, la armonía exacta que espera escuchar el oyente. El tenor se mostró adecuado pero cerró la primera parte del concierto con un público frío, que esperaba más.
Sin embargo, las Siete canciones populares vascas, con su sencillez, sus melodías simples pero cargadas de sentimiento, los ritmos interiorizados y las modulaciones conocidas, sin apenas acompañamiento del piano y dejando la voz abandonada al espacio y a la emoción, han conseguido aportar la calidez que estábamos necesitando. En un repertorio en el que obviamente se siente a gusto, Gorrotxategi luce una voz franca, honesta, despojada de cualquier artificio, que llega al exigente público de la Filarmónica.
En este ánimo más cálido y recogido es donde ambos intérpretes, cantante y pianista, nos han conducido hasta Turina, donde nos deleitamos con el inmaculado trabajo de Rubén Fernández Aguirre y por fin nos encontramos la voz potente de Andeka, redonda y sentida en los graves, con agudos de más lucimiento, con ese fraseo y esa respiración “cantada” que transmite tanto como la palabra. Tiene Turina, sin embargo, una complejidad y un trasfondo que el tenor aún no transmite del todo en las distancias cortas, pero el recorrido ya ha empezado y es un buen camino a transitar. Bellísimo el Poema en forma de canciones, que terminó de convencer e hizo romper en aplausos a quien aún se preguntaba por qué la Filarmónica había programado un recital de Andeka Gorrotxategi.
Y aunque no son propias de este tipo de conciertos ni de espacios, terminó el tenor con dos propinas “de desquite”: un aria de Carmen y una romanza de La tabernera del puerto, ambas más que conocidas y donde el cantante pudo demostrar, a plena voz, por qué triunfa en grandes teatros lejos de casa. Nadie es profeta en su tierra, dicen, pero si sigue con este trabajo bien hecho e inteligente, dentro de no mucho nos demostrará también que con esa voz, tesón, esfuerzo y un buen recorrido, se es profeta en cualquier sitio. Incluso a voz desnuda.