Deia: “Nórdicos”
Asier Vallejo Ugarte
Palacio Euskalduna. 14-IV-2016. Temporada de la BOS. Regina Chernichko, piano. Sinfónica de Bilbao. Director: Pablo González. Obras de Sibelius, Grieg y Nielsen.
Pese a ser durante décadas uno de los compositores más denostados, menospreciados y vilipendiados por ciertas vanguardias europeas, teniendo que leer de Adorno que su éxito era “un síntoma de perturbación en la conciencia musical”, Sibelius no ha perdido presencia en nuestras salas de conciertos y en obras como Finlandia (1899) aún se manifiesta con extraordinario vigor la atmósfera de euforia nacional que entonces se consolidaba en suelo finés. No es ni mucho menos su mejor pieza, pero Pablo González, sin llegar a vibrar con la orquesta, hizo valer su espíritu afirmativo y vitalista. En Grieg el calor viene dado por una sensibilidad schumanniana que, labrada en sus tiempos de estudiante en Leipzig, se infiltra admirablemente en el Concierto para piano en la menor: nunca fue amante de las grandes formas, aunque las trató en ocasiones, logrando con esta obra una jugada maestra. Regina Chernichko tiene técnica e intuición musical, sin las cuales nunca habría ganado un concurso como el Maria Canals, pero circuló permanentemente por el carril derecho, asumiendo muy pocos riesgos, lo que acabó por airear los perfiles más conservadores de una partitura que lleva más música dentro.
La BOS reservó sus mejores municiones para la Cuarta sinfonía de Nielsen, la Inextinguible, que acaba de cumplir los cien en buena forma aunque sin despertar grandes pasiones. Nielsen vivió la misma época que Sibelius (ambos nacieron en 1865) y también tomó sus distancias con las innovaciones introducidas por otros compositores, pero el carácter antirromántico, casi neoclásico de su música le procuró cierto respeto entre sus contemporáneos. Ni siquiera necesitó renunciar a la tonalidad, aunque la tensase a placer en buena parte de sus obras. El pensamiento que late de fondo en esta sinfonía se resume en una frase incluida en el programa de mano del estreno, “La música es vida y como ella inextinguible”, máxima que se traduce musicalmente en base a violentos y continuos contrastes, desde el caos que emerge en el inicio hasta el poderoso cierre en mi bemol, deteniéndose en invocaciones pastorales y en cantinelas que parecen insinuar presencias sobrehumanas. Si las interpretaciones tradicionales se dividen entre las que acentúan el lirismo de la obra y las que explotan la baza de su violencia, González adoptó una posición de síntesis que solo en el movimiento final, tras el comienzo la contienda entre timbales y la construcción del ulterior clímax, se escoró definitivamente hacia la amenaza de un desenlace fatalista.