Nora Franco Madariaga – Pablo Cepeda /
Da igual si se trata de hacerlo en pareja, en trío, en grupo, o incluso en solitario; también da igual si la cita está concertada de antemano o si eres más de un “aquí te pillo, aquí te mato”; da igual si recurres a profesionales, a un amigo de toda la vida o te has encaprichado de alguien a quien has visto en un vídeo casero. No importa si eres muy tradicional o estás abierto a nuevas experiencias, si tienes muy claro lo que quieres y quién decide, o eres de los que te dejas llevar. Tampoco tiene importancia si has buscado un rinconcito íntimo, o eres de los que elige hacerlo al aire libre. Para esto de la música en las bodas cada uno tiene sus preferencias. Y ya no hablemos de los funerales.
Todo suele comenzar con una llamada de teléfono de un número desconocido al que no te puedes permitir el lujo de ignorar. “Hola, soy MariPuri. Mira, me ha dado tu teléfono MariCarmen, que os encargasteis de la música de la boda de su sobrina y que fue precioso y que quedó todo el mundo encantado. Pues resulta que en Septiembre se casa mi hijo Álvaro, el pequeño, en la ermita de San Marciano, porque la familia de ella es de allí y quería saber si podíais encargaros porque, claro, mira, se ve cada ceremonia por ahí, sin música ni nada, que quedan de sosas…”. Así, a bocajarro.
Y ni tan mal, porque cuando se trata de un funeral la llamada es como sigue: “Hola, soy MariPuri. Mira, me ha dado tu teléfono el párroco de Arralde, que hicistéis con él allí una boda en San Marciano. Pues resulta que se ha muerto mi madre esta mañana”. Silencio en la línea. ¿Y qué le digo yo ahora? ¿Que lo siento? ¡Pero si ni siquiera sé quién es! Así que damos una condolencia apropiada y pasamos al tema, que los funerales funcionan con unos plazos bastante apremiantes. Un trago incómodo que, por cierto, matemáticamente hablando, se tiene que dar al menos el doble de veces que las bodas.
Dependiendo de la premura, en esta misma llamada o en una interminable cadena de emails o de whatsapps se fija el repertorio, la formación (aquí es donde viene lo del trío) y la tarifa, así como las necesidades técnicas (¿por qué las ermitas nunca tienen un enchufe a mano?). Todo esto, gestionado con calma y profesionalidad, no es sino la antesala de una vertiginosa sucesión de llamadas o mensajes en busca de ese grupo que has ofrecido al cliente antes de que sus propios integrantes lo sepan, o incluso antes de que tú mismo tengas la seguridad de la disponibilidad de ese grupo.
¿Han visto ustedes Doce del patíbulo, Ocean’s eleven, El equipo A, o Atraco a las tres? Pues es algo parecido: una mezcla de persuasión, reclamo de favores y promesas económicas e incluso coacción llegados a un extremo, hasta conseguir el equipo perfecto.
Y con este equipo se pone en marcha una industria habitualmente llamada BBC (bodas, bautizos y comuniones que, para ser sinceros, debería conocerse como B&F: bodas y funerales) que, a pesar de no estar reconocida, mantiene en activo —e incluso da de comer— a un sinfín de músicos, profesionales y amateurs, que viven esperando esa llamada, bien sea del número desconocido o del reclutador, que pone en marcha la maquinaria, y no pocas veces depara momentos dignos de ser narrados. La maquinaria…