Nora Franco Madariaga/
Bilbao, 16/09/2016. Auditorio del Palacio Euskalduna. Ciclo de Grandes Conciertos Bilbao Puerto de Arte. Sinfonía en si menor, D759 Inacabada de F. Schubert y Sinfonía nº9 en re menor de A. Bruckner.
Orchestra del Maggio Musicale Fiorentino. Dirección – Zubin Mehta.
El Ciclo de Grandes Conciertos Bilbao Puerto de Arte ha desembarcado por fin en el Euskalduna. Y no lo ha hecho de cualquier manera, no: ha traído para la ocasión nada menos que a la Orquesta del Maggio Musicale Fiorentino, una orquesta con más de 80 años de historia y con una gran reputación (más que merecida) entre las orquestas europeas, no en vano han ostentado su titularidad, entre otros, Riccardo Muti durante 12 años y Zubin Mehta desde 1985 hasta hoy en día.
Y, probablemente, era el nombre de este famosísimo Maestro hindú el mayor reclamo de la velada. Conocido por el gran público debido a sus conciertos con Los Tres Tenores y las cinco ocasiones en las que ha dirigido el Concierto de Año Nuevo de Viena, reconocido por su implicación en causas solidarias y su activismo por la paz y los derechos humanos, apreciado por los músicos y admirado por los melómanos, Mehta ha sabido dejar su impronta tanto en la música como en los medios desde su juventud. Con un carisma tan sereno como arrollador, del que no ha perdido un ápice pese a sus 80 años, sigue demostrando un control de la música casi mágico en el que cada nota cobra una especial importancia.
Con gesto de manos breve, sobrio, en algunos momentos apenas insinuado, inició la Sinfonía Inacabada de Schubert con un tempo mucho más lento de lo que suele ser habitual, absolutamente controlado y contenido, en el que se podían apreciar con nitidez cristalina cada tema, cada frase y cada motivo, para deleite del –escaso– público asistente. Una versión de esta archiconocida obra que, con la lentitud, precisión y fluidez de un ejercicio de Tai-chi, adquirió una nueva consistencia rayana en la tridimensionalidad.
Y, como una natural evolución de este Schubert, llegó la Sinfonía nº9 de Bruckner, otra obra inacabada que completaba un programa bien elaborado y con mucho contenido.
De nuevo recurriendo a los tempos pausados y a los fraseos largos y casi acuosos, construyó un Bruckner que sonó sincero, profundo, maduro y reflexivo en una orquesta limpia, compacta y muy equilibrada que respondía a cada intención de su director con precisión e inmediatez.
Hay que destacar sin ninguna duda el Scherzo, en el que los ritmos contrastados, las disonancias no resueltas y la inesperada aridez de la cuerda revuelven al público en sus butacas en una mezcla de placer y desazón. Igualmente notable el tutti casi al final del Adagio, donde los temas que dan cuerpo a este número chocan uno contra otro en una enervante lucha sonora que compositor y director resuelven magistralmente en una suave y consoladora armonía final, recibida con gran ovación del público e incluso de la propia orquesta.
Un concierto memorable que pone el listón en lo más alto para comenzar una temporada que ojalá siga a la misma altura.