Mundoclasico: “Una digna medianía”
Joseba Lopezortega /
San Sebastián, 29 de enero de 2017. Auditorio Kursaal. Nelson Goerner, piano. Orquesta de la Suisse Romande. Director: Jonathan Nott. Beethoven: Concierto para piano y orquesta en sol mayor número 4. Beethoven: Sinfonía número 5 en do menor. Aforo: 1806. Ocupación: lleno.
Jonathan Nott acaba de desembarcar en la Orquesta de la Suisse Romande como director titular, y el concierto de San Sebastián era al parecer el primero de esta gira. Orquesta y maestro tenían razones de sobra para desear gustarse, entregándose y prometiéndose tiempos felices. Hay algo de cortejo o quizá de encantamiento en esas primeras complicidades, pero lo importante vendrá más adelante. Actualmente el sonido que más escuchan los maestros, sobre todo los que compaginan varias titularidades, es el prolongado, sordo y grave ronquido de los motores de los aviones, pero incluso pese a esa poderosa traba siempre hay que esperar que el trabajo de un buen maestro vaya cuajando y que los proyectos evolucionen en positivo. Así, es de esperar que la Suisse Romande supere con Nott su actual más que digna medianía y avance al encuentro de orquestas más poderosas, algunas de las cuales se escuchan con relativa frecuencia en el ciclo de sinfónicos de Kursaal Eszena.
En la primera parte del programa no había chispas de encantamiento, sino un conocimiento ya maduro entre la orquesta y el solista, que se remonta a los tiempos del Goerner estudiante en Ginebra y que ya les había traído juntos al ciclo de Ibermúsica de hace unos años. Goerner hizo el Número 4 de Beethoven con indudable solvencia, resolviendo sus dificultades con la clase de un virtuoso, pero en su versión tampoco hubo encantamiento, ni discurso, sólo una facilidad de ejecución admirable. El trabajo de Nott fue bueno, pero el gran Concierto número 4 no llegó a brillar. Se diría que faltó compromiso, que faltó garra.
La segunda parte del programa también la copó Beethoven, con su Quinta. Nott es un maestro generoso, muy comunicador, de gesto abierto y algo excesivo. La obra se avino muy bien a la orquesta, y todo se desenvolvió de forma sólida… y previsible. Es cierto que proponer algo extraordinario con este repertorio es complicado, pero ni siquiera se llegaron a pisar las proximidades de esa sensación. Dentro pues de unos límites, Nott ofreció una versión rápida y brillante, de notable eficacia, mostrando más la tersura que el músculo de la obra, y poniendo negro sobre blanco que la Suisse Romande no es especialmente homogénea, sino que tiene desigualdades de cierta envergadura entre cuerda y maderas, por situar los dos extremos. El público, que gozosamente abarrotaba el auditorio y que es receptivo y generoso, agradeció en extremo la ejecución del inglés y sus ginebrinos, con una salva de aplausos que quizá premiaba más la grandeza de la sinfonía que la altura de la prestación: Nott y la Suisse Romande tienen, ciertamente, camino por delante.