Nora Franco Madariaga/
Bilbao, 06/02/2017. Sala A1 del Palacio Euskalduna. Concierto nº6 de la Temporada de Música de Cámara 2016-2017 de la BOS. Spanish Brass (Carlos Benetó, trompeta; Juanjo Serna, trompeta; Manuel Pérez, trompa; Inda Bonet, trombón; Sergio Finca, tuba); Alberto Urretxo, trombón; Grupo de metales y percusión de la BOS (Vicente Olmos, Pedro Extremiana y Esther López, trompetas; Luis Fernando Núnez, Estefania Beceiro, David Montalt y Salvador Cors, trompas; Alberto Urretxo, Miguel Arbelaiz y Andrew Ford, trombones; Kenneth Rhind, tuba; Actea Giménez, Joaquín Carrascosa y Narciso Gómez, percusión). Le coucou de L.C. Daquin y arr. T. Caens, Preludio y fuga en do menor BWV549 de J.S. Bach y arr. T. Thibault, La forza del destino, obertura de G. Verdi y arr. C. Benetó, Asturias de I. Albéniz y arr. M. Santos, Las cuatro estaciones de J. Martínez Campos, Fanfarria para un hombre común de A. Copland, Gabrieli según San Juan de J.J. Colomer y Fanfares liturgiques de H. Tomasi.
Tienen los instrumentos de metal algo de mágico, algo de incomprensible. Estamos acostumbrados a los instrumentos de cuerda e incluso a la mecánica de los instrumentos de madera ya que –perdónenme la injusta simplificación– todos sabemos lo que pasa al soplar dentro de un cilindro hueco con agujeros. Pero los instrumentos de viento-metal, fríos y brillantes tubos de diferentes grosores y longitudes retorcidos una y otra vez sobre sí mismos adoptando las formas más asombrosas imaginables, se parecen más a un cachivache mecánico ideado por un inventor excéntrico que a un instrumento musical.
Y sin embargo suenan. Y además lo hacen con un color, un timbre y un brillo que marca la diferencia en una orquesta moderna. Pero, a pesar de todo, siguen siendo esos grandes desconocidos, sobre todo como solistas y aún más en las salas de cámara.
Afortunadamente, Spanish Brass lleva 25 años intentando ponerle remedio. Con 20 trabajos discográficos a sus espaldas y una suerte de perpetua gira por todo el mundo, sus cinco componentes han llevado su contagiosa pasión por los metales a un nivel de virtuosismo difícilmente igualable.
Por eso, cada vez que nos visitan, la sala se llena de caras conocidas: miembros de la BOS, de la Banda Municipal, del conservatorio, amigos, familia, alumnos, curiosos y melómanos habituales. Porque escuchar a Spanish Brass siempre es una experiencia sorprendente y muy gratificante.
Cuando se habla de metales siempre se usan términos como brillo, potencia, rotundidad… pero con ellos hay que hablar de agilidad, calidez, delicadeza, humor, sensualidad… Hay que olvidarse de técnica, fiato, articulación y fraseo para dejarse envolver sólo por esta música de carácter tan especial.
Y no, no se puede hablar de una ejecución perfecta. Siempre hay una nota que no está perfectamente afinada, o que no tiene el timbre exacto, o que llega una milésima tarde, o que simplemente no está, pero cuando se alcanza el nivel de calidad de este quinteto, no pasan de ser mínimas anécdotas que no hacen sino dotarle de ese algo único a la música en directo.
En la primera parte del concierto pudimos escuchar al conjunto valenciano en cuatro complicados arreglos en los que hicieron gala de empaste, color, claridad y compenetración, para terminar con un estreno absoluto, Las cuatro estaciones, una obra del cellista de la BOS Javier Martínez Campos para quinteto de metales y trombón solista, papel que recayó –muy acertadamente– en el también miembro de la Orquesta de Bilbao Alberto Urretxo. La obra, muy visual y colorista, sorprendió por su lenguaje fresco y lleno de guiños a las estaciones de Vivaldi pero con un fondo mucho más cercano a la música americana del último siglo. Extrovertida, nueva y sin imposturas, fue fantásticamente acogida por un público que, aunque predispuesto, también era entendido y exigente.
La segunda parte presentó una formación muy diferente ya que al quinteto Spanish Brass se unió el grupo de metales y percusión de la BOS compuesto por catorce miembros de la formación bilbaína. Comenzaron con una conocida obra de Copland de aire épico para pasar a dos obras muy distintas, solemnes, intrincadas, intimistas y muy difíciles, que la formación interpretó con maestría a pesar de los pocos ensayos. De propina, un contrastante Libertango de A. Piazzola con arreglo de Thierry Caens que no hizo sino poner de manifiesto la calidad de los intérpretes y su fabulosa interacción.
Un deleite y un descubrimiento que aporta una maravillosa frescura al encorsetamiento de la música de cámara.