Publicado en Mundoclasico el 12 de abril de 2017
Joseba Lopezortega /
Bilbao, miércoles 29 de marzo de 2017. Teatro Arriaga. Friedrich Wilhelm Murnau: Nosferatu el vampiro (Nosferatu, eine Symphonie des Grauens), copia restaurada por Luciano Berriatúa. José María Sánchez-Verdú: Nosferatu. Eine Symphonie des Grauens. Ander Tellería, acordeón. Musikene Ahotsak. Orquesta Sinfónica de Bilbao. Director: Nacho de Paz. Aforo: 1.200. Ocupación: 80%
La película de Murnau está reconocida como una cumbre de su género y periodo. Conserva una intensidad y una agudeza narrativa impresionantes, y el paso del tiempo la sumerge en un espacio de prestigio y vigencia reservado a las obras maestras de las Artes. Exige una mirada activa e impone respeto, y lo primero que cabe decir de la composición de Sánchez-Verdú es que provoca una mirada más ávida del espectador hacia las imágenes y que respeta escrupulosamente el filme, sin parasitarse en él ni ponerse a su servicio al modo de una banda sonora, cosa que no es en absoluto. Sólo en momentos muy puntuales la música y la narrativa fílmica parecen converger, como en los redobles de tambor del bando en el que se le anuncia a la ciudad la llegada de la peste, o en efectos de viento, pero es sólo para volver a cobrar una inmediata distancia: ambos universos, el visual-literario y el musical, discurren respetuosamente de principio a fin, reivindicando de forma intachable la grandeza y autonomía de los respectivos lenguajes, que evolucionan paralelos y al mismo tiempo en una intimidad casi carnal.
Que la abrumadora personalidad de Murnau no doblega a la música es claro desde los primeros compases. Sánchez-Verdú entiende, como Murnau, que el discurso relativo a Nosferatu es fatal y atávico, y que los planos colosales de las montañas, como aquellos de los gancheros o los del barco surcando fatalmente el mar, tienden a subrayar la fortaleza del atavismo y su arraigo ancestral, las fuentes de su mitología. Que Murnau supo estructurar y acentuar su trabajo con esos referentes que se repiten a lo largo del filme es claro, pues Nosferatu, el vampiro es también una gran película sobre la naturaleza -mayúscula y minúscula- y sobre cómo respondemos en función de lo que nos constituye, así sea una genética pérfida o un deseo irreprimible. En la misma tesitura, Sánchez-Verdú ofrece en su música algunos referentes básicos que la relacionan no con lo que está sucediendo en el filme, sino con lo que el filme suscita. Si hay un territorio común entre el filme y la música de Sánchez-Verdú es la insinuación, y la insinuación por sí misma ya representa un valor y una delicia. Otro elemento en común es la calidad: la de Sánchez-Verdú es buena música, se mantiene en lo alto en todo momento y no ofrece concesiones.
Nosferatu, el vampiro y el Nosferatu de Sánchez-Verdú se respetan y constituyen una obra común que respeta a la audiencia, y que al mismo tiempo le exige cierta madurez, cierto grado de alfabetización audiovisual. La articulación de la composición con la película implica una orgullosa y sólida reivindicación de su autonomía artística, reclama un estatus de primus inter pares por el cual no está al pensada servicio de la película, sino ofreciéndose junto a ella en un esfuerzo artístico común. El trabajo de Nacho de Paz para transmitir la consistencia y calidad de ese postulado musical fue excelente, y la Sinfónica de Bilbao pareció disfrutar en el envite, con una gran prestación. Las jóvenes de Musikene Ahotsak también trabajaron muy bien, y otro tanto puede decirse del acordeonista Ander Tellería, fantástico en su aportación y lamentablemente ausente de los créditos ofrecidos en el único pero de la velada: un programa de mano completamente insuficiente.
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