Mundoclasico: Un doble monumento
Joseba Lopezortega /
San Sebastián, 1 de abril de 2017. Auditorio Kursaal. Tilman Lichdi (Evangelista), Donald Bentvelsen (Cristo), Yetzabel Arias Fernández, Bogna Bartosz, Klaus Mertens. Easo Eskolania (Gorka Miranda, director del coro). Amsterdam Baroque Orchestra & Choir. Director: Ton Koopman. Bach: Pasión según San Mateo, BWV 244. Aforo: 1806. Ocupación: lleno.
Muchas maravillas posee esta Pasión, y casi todas se mostraron en el escenario del Kursaal. Otras se intuyeron, caso de los pasajes cantados por la contralto Bogna Bartosz, de voz limitada y lineal, irrelevante; pero Erbarme dich es un aria tan bella que se impone sobre esas consideraciones. Tampoco Yetzabel Arias sobresalió, ni el bajo Donald Bentvelsen como Cristo, y en ellos tres estuvo lo menos interesante de la interpretación. El tenor Tilman Lichdl cantó a otro nivel, y además demostró unas dotes estupendas para transmitir la complicidad, la pedagogía y el pasmo del Evangelista. En cuanto a Klaus Mertens, su gran clase merecería reseñarse tras un punto y aparte, pues estuvo en un plano de excelencia y dominio simplemente superior. Un gran profesional.
La Easo Eskolania también sobresalió. Su clase no causa sorpresa, pues surge de las raíces en permanente renovación de un coro, el Easo, grande y realmente admirable. Dieciocho niños varones puso el Easo en esta Pasión: una verdadera escolanía, con todo respeto para los coros mixtos. Esta Easo Eskolania, muy ovacionada pese al desorden de su doble saludo -en el intermedio y en el final de la Pasión- representa un bien cultural y un tesoro musical de primer orden cuya preservación y vigencia honra al Coro Easo, a las familias comprometidas y esforzadas en el proyecto y desde luego a Gorka Miranda, su director. Bravísimos.
Ton Koopman estaba al frente de los mencionados y de sus históricos coro y orquesta barrocos de Amsterdam. Si la Pasión según San Mateo es un monumento, Koopman y el conjunto holandés también lo son en un sentido profundo y quizá controvertible: su Pasión es como contemplar un espacio histórico desde un espacio arqueológico. Bach, a quien Koopman ayudó a reformular desde la perspectiva historicista, permanece esencialmente inmutable y por encima de tendencias y corrientes, mientras que Koopman ha quedado atado a una forma determinada de interpretarlo, quizá canónica de acuerdo a sus criterios. Efectiva, hermosa y por momentos radiante, la Pasión de Koopman era más tiempo pasado que la música ofrecida.
La -¿teórica?- fidelidad a las formas de interpretación de los tiempos pasados, esa búsqueda respetuosa de un sonido sustraído a décadas de evolución del sonido que a su vez bascula inevitablemente sobre un espacio mercadotécnico, se extiende a todos los aspectos de la integridad de la obra, incluyendo la interpretación de todo el material musical aunque su interés sea sin duda desigual. Cuando en el XIX se rescató esta asombrosa, definitiva Pasión, se sustanciaron sus contenidos en torno a unos números y se desecharon otros. Diría que buena parte del público del Kursaal, y me incluyo, deseaba avanzada la segunda parte el advenimiento de ese coro sublime, Wir setzen uns mit Tränen nieder, que culmina la obra. Difícil territorio, el de la pureza. No es que la gente estuviera inquieta, ni ansiosa, ni molestona, al contrario, el público del Kursaal estuvo irreprochable; es que la Pasión exige un ejercicio de adaptación en estos tiempos en los que todo es más urgente y comprimido que cuando Bach convocaba a su asombroso y poderoso ejercicio musical.