Nora Franco Madariaga /
Bilbao, 18 y 27/11/2017. Euskalduna Jauregia. 66 Temporada de ABAO-OLBE. Don Pasquale de Gaetano Donizetti. Libreto de G. Ruffini y el propio compositor adaptado del texto de la ópera italiana Ser Marco Antonio, escrito por Angelo Anelli para Ser Marcantonio de Stefano Pavesi. Estreno: Teatro de los Italianos de París, 1843.
Don Pasquale – Carlos Chausson (Paolo Bordogna 18/11); Norina – Jessica Pratt; Ernesto – Santiago Ballerini; Dottor Malatesta – Javier Franco; Notario – Javier Campo; Coro de Ópera de Bilbao; Dirección de coro – Boris Dujin; Orquesta Sinfónica de Euskadi (James Vaughan – Piano); Dirección musical – Roberto Abbado; Dirección de escena – Jonathan Miller; Escenografía y vestuario – Isabella Bywater; Iluminación – Jvan Morandi; Director de la reposición – Daniel Dooner; Maestro repetidor – Miguel N’Dong; Producción –Maggio Musicale Fiorentino.
Mucho se ha hablado de Don Pasquale últimamente y me temo que se seguirá haciendo, porque en Bilbao hemos asistido a una ópera singular. Y no precisamente por la calidad vocal de los cantantes (que la había, y mucha), ni por una puesta en escena llamativa y diferente (que también), sino por la orquesta o, más exactamente, por la falta de ésta.
Vaya por delante que una ópera a piano no es una ópera. Estaban las voces, estaba la escena… pero faltaba la orquesta. Y con ella, ese necesario soporte musical lleno de colores y texturas que forma la urdimbre sobre la que se construye todo lo demás. Ahora bien, asumido esto, se puede afirmar sin ningún género de duda que la ABAO, como mayor (única, me atrevo a añadir) damnificada de la huelga de los músicos de la OSE –una huelga “totalmente ajena a su responsabilidad y gestión”, como bien indicó Juan Carlos Matellanes, presidente de la asociación bilbaína, en su comparecencia ante el público de la primera función– hizo del pundonor su bandera y sacó adelante el estreno de Don Pasquale de la mejor y probablemente única manera posible.
A la calamidad de la huelga de la orquesta hubo que añadir la inoportuna faringitis del gran bajo buffo Carlos Chausson que le obligó a cancelar su aparición en el estreno a última hora pero que se repuso para el resto de las funciones, demostrando una vez más su profesionalidad. Pese a todos los inconvenientes, el público pudo disfrutar de una ópera insólita, sí, pero muy digna.
La escenografía y el vestuario de Isabella Bywater situaban la acción en una vistosa casa de muñecas de tres plantas que absorbía por completo la atención del espectador con sus múltiples cuadros de acción, ofreciendo un enfoque divertido, colorido y bastante irreal, a caballo entre la commedia dell’arte y un loco sueño de Tim Burton que, sumados a un llamativo maquillaje, recreaban el escenario perfecto para el juguetón enredo de Don Pasquale si no fuera porque, una vez más, desperdiciaba metros de escenario retrasando a los cantantes y perdiendo las oportunidades acústicas que ofrece la boca del escenario del Euskalduna.
Los 24 integrantes del Coro de Ópera de Bilbao, ataviados y maquillados hasta resultar casi irreconocibles, se integraron magníficamente en la fantasía, aportando mucho movimiento, color y el toque justo de caos que requiere esta farsa. Musicalmente su presencia era menor pero muy acertada demostrando, como ya he comentado en otras ocasiones, que una veintena de coralistas es más que suficiente cuando las voces son buenas y la dirección escénica es clara. Muy correcto en todo aspecto también Javier Campo en su breve aparición como Notario.
El rol de Don Pasquale lo asumió el barítono Paolo Bordogna en la primera función, a quien ya pudimos ver la temporada pasada en La Cenerentola. De nuevo lució voz redonda y ágil pero en este papel se le apreciaba cierta escasez en los graves. Del mismo modo, aunque hizo gala también en esta ocasión de buenas dotes escénicas, tal vez por acercarse lo máximo posible a la interpretación de Chausson o por la premura de la sustitución, le faltó algo de frescura y se le notó envarado en varios momentos. En cualquier caso, desarrolló un muy meritorio personaje tanto vocal como teatralmente.
El resto de las funciones las retomó el fabuloso bajo buffo Carlos Chausson quien, como cada vez que sube a un escenario, ofreció una clase magistral. Elegante y natural, sabe transformar en fácil lo difícil y consigue que el aria más complicada parezca un simple parlato y convierte el recitativo menos inspirado en una auténtica melodía, con la misma sencillez con la que, con un gesto aparentemente casual, atrae toda la atención y las carcajadas del público. Sin duda todo un maestro fuera y dentro del escenario a quien siempre es un placer aplaudir.
Por su parte, la soprano Jessica Pratt en el rol de Norina hizo alarde de voz y técnica en un papel nada fácil que, sin embargo, desempeñó sin esfuerzo aparente. Vocalmente era el personaje que más adolecía la falta de orquesta ya que a sus sobreagudos les faltaba un soporte más sólido que el que puede aportar un piano y a sus graves les sobraban esos metros de escenario, pero conjugó potencia y experiencia para que su voz volara por encima de cualquier dificultad. Escénicamente, aprovechó su aspecto de muñeca para explotar la dualidad infantil de su personaje, inocente y al mismo tiempo cruel, cándido y despreocupado pero astuto y maquiavélico.
Muy adecuado vocal e interpretativamente Javier Franco como Dottor Malatesta, con un papel discreto pero crucial en la obra al que supo dotar de presencia y coherencia con una voz fluida y muy homogénea.
Estupendo el tenor Ballerini en el papel de Ernesto, con una voz no muy grande pero muy inteligentemente gestionada que consiguió la ovación del público. Probablemente, dadas sus características vocales, le hubiese pesado más la presencia de la orquesta, pero no deja de ser una mera conjetura y no se puede valorar lo que no ha sucedido, así que nos quedaremos con una muy notable actuación del tenor y dejaremos en pendientes escucharle en otras circunstancias.
Igualmente, el trabajo del director musical Roberto Abbado se vio diluido por la atípica situación, aunque la sensación fue buena. De quien sí se puede asegurar que hizo una labor inconmensurable es el pianista James Vaughan, que sacó adelante algo que en un primer momento parecía imposible, haciendo olvidar por momentos que sólo dos manos sobre un único instrumento llenaban la sala.
Y sí, mucho queda aún por decir sobre la huelga de los músicos de la “orquesta de todos” que sin embargo sólo ha perjudicado a unos pocos, pero no merece la pena. Al fin y al cabo, no han hecho sino demostrar que ABAO es, a sus ojos, la entidad musical más importante de todo el País Vasco y que en Bilbao somos capaces de dar la vuelta a la tortilla y convertir una calamidad en no sólo la ópera más singular de todo el año, sino una hazaña más de la que presumir durante años y años. Porque, que nadie lo dude, lo haremos.