Nora Franco Madariaga /
Bilbao, 26/01/2018. Euskalduna Jauregia. 66 Temporada de ABAO-OLBE. Manon de Jules Massenet. Libreto de Henri Meilhac y Philippe Gille, basado en la novela Histoire du Chevalier des Grieux et de Manon Lescaut, del Abate Prévost d’Exiles. Estreno: Opéra-Comique de París, 1884.
Manon – Irina Lungu; Le Chevalier des Grieux – Michael Fabiano; Lescaut – Manel Esteve Madrid; Le Comte des Grieux – Roberto Tagliavini; Guilllot Morfontaine – Francisco Vas; Monsieur de Brétigny – Fernando Latorre; Poussette – Ana Nebot; Javotte – Itziar de Unda; Rosette – María José Suárez; Hôtelier – Cristian Díaz; Les Gardes – Santiago Ibáñez y Daniel López-Uribe; Le portier du Séminaire – Joseba Soloeta; Servante – Leire Gómez; Coro de Ópera de Bilbao; Dirección de coro – Boris Dujin; Orquesta Sinfónica Verum; Dirección musical – Alain Guingal; Dirección de escena – Arnaud Bernard; Escenografía – Alessandro Camera; Iluminación – Patrick Meus; Vestuario – Carla Ricotti; Coreografía – Gianni Santucci; Maestro repetidor – Miguel N’Dong; Directora de banda interna – Itziar Barredo; Producción –Opéra Monte-Carlo.
Comentaba con un gran suspiro una espectadora a sus compañeras de fila que Manon es una historia de amores locos románticos, de esos que ya sólo se encuentran en la ficción. Y razón no le falta. Pero Manon es mucho más. Manon es una inmersión total en otro mundo: un mundo dieciochesco decadente y al mismo tiempo novedoso, complicado y alborotado, lleno de pelucas y máscaras que revelan mucho más de lo que esconden; también un mundo musical tejido por Massenet con una sensibilidad y sutileza como nunca antes se había hecho, trascendiendo el romanticismo y cualquier convención previa; y, sobre todo, un mundo interno, una profunda inmersión en la psicología de los personajes, casi íntima, que los dota de luces y sombras y los vuelve tangibles. Manon es una ventana indiscreta que nos permite asomarnos a los secretos de una época y unos personajes a través de una música irrepetible.
Y nada menos que con esta emblemática Manon volvía ABAO a traer la ópera francesa al escenario del Euskalduna después de una larga e inmerecida ausencia. Sin embargo, este esperado regreso del repertorio francés llegaba lastrado con la incertidumbre de cambios y cancelaciones, como desgraciadamente empieza a ser (mala) costumbre en la temporada de ópera bilbaína. Afortunadamente, en esta ocasión las sustituciones no han desmerecido en absoluto el cast inicial, lo que ha contribuido a que la ópera de Massenet sea la más exitosa de la temporada hasta el momento.
El primero de estos cambios fue el de la Orquesta de Euskadi, programada desde el inicio para este título pero que, después de la grave situación a la que la huelga de sus músicos empujó a la entidad bilbaína el pasado noviembre, y sin una garantía de que estos paros no se volviesen a repetir, ABAO optó por la opción más segura cancelando esta colaboración y contratando a la Orquesta Sinfónica Verum, una formación privada con la que ya habían trabajado anteriormente. La OSE hubiese sido, sin duda, un conjunto más apropiado para esta ópera por su mayor experiencia en el foso y, principalmente, por el dominio del repertorio francés que tan cercano le es a la orquesta vasca, pero la jovencísima Verum acometió la obra con entusiasta energía –tal vez demasiada en algunos momentos para una composición de tanta delicadeza, pero sin duda cargada de buen trabajo–. También mostró cierta reticencia a dejarse dominar, cierta resistencia al fraseo largo y sostenido que quería transmitir la mano del Maestro Guingal, pero el director francés condujo a los intérpretes con gesto firme imponiendo con elegancia la calma necesaria para construir el sutil acompañamiento de las voces.
De la misma forma, pudimos encontrar sobre el escenario la clara dirección de Arnaud Bernard. En los últimos tiempos, en los que venimos sufriendo que la figura del director de escena o bien acapare todo el protagonismo o bien pase absolutamente desapercibida, encontrar unas directrices claras, lógicas y que favorezcan tanto el canto como la actuación es un soplo de aire fresco. El regista de Estrasburgo supo aprovechar las ya de por sí buenas dotes interpretativas de los cantantes conjugándolas con una poco novedosa pero sí muy inteligente utilización de los cuadros plásticos para focalizar el dramatismo y la introspección y reducir el “ruido” escénico. Apoyado en un equipo de escenografía, vestuario e iluminación sencillo pero suficiente y muy apropiado, se alejó de distracciones centrando la atención en lo lírico y acercando a los personajes al espectador, tanto psicológica como físicamente –con lo que de bueno tiene eso en las características acústicas del auditorio–.
La suma del trabajo de estos dos grandes directores de ninguna manera podía producir un mal resultado, pero la labor de los cantantes fue un factor determinante para redondear la velada. La soprano rusa Irina Lungu supo sacar partido de una voz de amplio registro, graves carnosos y un color poco definido que en esta ocasión le ayudó especialmente a recrear la complejidad psicológica de una Manon adolescente que se debate entre la tímida e inocente curiosidad, la insolente y rebelde seducción y el oscuro y temeroso arrepentimiento; una Manon que todavía lleva mucho de la niña que aún es y que, sólo cuando ya es tarde, nos deja intuir a la mujer que hubiese podido ser; un personaje difícil con muchos claroscuros que la soprano supo desarrollar con mucha madurez tanto canora como interpretativamente sin caer en la parodia ni pecar de frialdad.
A su lado, la grata sorpresa de la velada: Michael Fabiano en el papel de Des Grieux. Que es un gran tenor imprescindible en los mejores teatros de ópera era sabido, pero la cancelación de Celso Albelo por motivos familiares y la consiguiente llegada de Fabiano en el último momento, con escasos ensayos y recién terminado un exigente Rigoletto, sembraban la duda sobre su idoneidad o condición vocal. Contra los pronósticos menos halagüeños, hizo gala de expresividad y coraje a pesar del cansancio que dejaba asomar una voz hueca en ciertos pasajes del segundo acto, pero que supo solventar con pundonor y cabeza fría a partes iguales de manera impecable. Muy destacable el aria En fermant les yeux que cantó con gran emoción encontrando el balance justo entre el contenido falsete y el canto vehemente tan característico del tenor estadounidense.
En cuanto al resto del elenco, es obligatorio citar el trabajo de Roberto Tagliavini como padre de Des Grieux, con una voz sólida y bien timbrada de exquisita línea. Igualmente sobresaliente Francisco Vas en el rol del afectado y libertino Guillot. Manel Esteve Madrid como Lescaut estuvo elegante en canto y ejecución. El bajo-barítono Fernando Latorre en el papel de Brétigny mostró unos graves no muy coloreados pero redondos y agradables así como un bello fraseo. Deliciosa la frescura de Ana Nebot, Itziar de Unda y María José Suárez en su rol de actrices, un papel plano, bullicioso y divertido que distendía enormemente la densidad del resto de personajes. Un coro correcto (mucho mejor mujeres que hombres) con una exigente participación en escena completó un elenco brillante y muy bien equilibrado con el que pudimos recuperar el disfrute de una ópera bien hecha.