Mundoclasico: “Confidencias con Bruckner”
Joseba Lopezortega /
San Sebastián, martes 12 de noviembre de 2019. Kursaal Eszena. Bartok: Concierto para violín y orquesta número 2. Bruckner: Sinfonía número 7. Leonidas Kavakos, violín. NDR Elbphilharmonie Orchester. Alan Gilbert, director. Aforo: 1806. Ocupación: 65%.
Programa de gran duración e intensidad en el Kursaal donostiarra, que incomprensiblemente registró una entrada por debajo de la habitual. En la primera parte del programa el número 2 de Bartok con Leonidas Kavakos, tras el intermedio la Séptima de Bruckner, obra de notable importancia para el binomio NDR, Gilbert, pues su reciente grabación para el sello Sony solemnizó el comienzo de la titularidad del norteamericano al frente de la notable formación de la ciudad del Elba. La intensa y desprejuiciada versión de Gilbert para Sony y la ofrecida en el Kursaal fueron muy próximas y remiten a un Gilbert osado, que parece mirar con franqueza y cierta insolencia a los ojos de Bruckner para ver en ellos a un persona que compone, lejos de solemnidades y ortodoxias. Gilbert corre las cortinas y deja que entre la luz.
La Séptima de Bruckner es una de esas composiciones realmente grandes que pueden aceptar sin riesgos aproximaciones virtualmente antagónicas, como ejemplifica un arbitrario triángulo dibujado por Hans Knappertsbusch con la Radio de Colonia en un extremo, Giulini con la Filarmónica de Viena en otro extremo y Celibidache con Filarmónica de Munich en algún punto indeterminable. En ese marco, en cualquier marco, la Séptima de Bruckner permanece inalterable e indiferente como el tapete de un billar sobre el que se dibujaran trayectorias y carambolas, admitiendo abordajes extremadamente distintos y sobreponiéndose a ellos con mágica e inescrutable lejanía. Pues bien: Gilbert busca la proximidad, el aliento, la confidencia. Interesa lo que Bruckner nos dice, no el valor de lo que nos dice. Una Séptima despojada de literatura, de hermetismo, de presunciones. Directa y potente, la versión de Gilbert es una conversación con la partitura de tal llaneza y frescura que a veces obvia aspectos de la propia partitura, o los recrea. Bienvenidas las licencias que convierten el aire en soplo.
La NDR es óptima para desenvolverse en ese juego a la vez respetuoso e insolente, porque su relación con el maestro está llena de complicidades y confidencias. Suena potente, incluso demasiado potente y saturada en algunos pasajes, con la excelente sala Kursaal encajando el envite a la perfección, y tiene unas cuerdas francamente elogiables, compactas y henchidas de matices. Excelente el metal, con unas tubas wagnerianas sencillamente envidiables, y quizá en otro nivel algo menos notable las maderas, que sin embargo parecieron convicentes cuando hace poco más de un año la orquesta visitó Kursaal a las órdenes de Urbanski. Globalmente la orquesta fue, en todo caso, muy superior de la mano de Gilbert, un maestro francamente interesantísimo, de esos capaces de elevar la calidad de una formación.
En la primera parte Kavakos mostró una clase deslumbrante con su poderosa, redonda versión del segundo de Bartok. Su relación con su violín es de una intimidad y una mutua exigencia asombrosa. Kavakos es uno de esos músicos excepcionales que interpreta al encuentro de sí mismo y su versión es el fruto de ese compromiso irrenunciable. Logra un sonido no estrictamente bello, sino denso e interior y complejo y bello. La belleza, pasmosa, sería una de sus muchas cualidades, pero en su Bartok cabrían muchos adjetivos y no pocos adverbios. Yo me descubro y me planto. Sólo añadiré que no recuerdo gran cosa del trabajo de Gilbert en esta primera parte. Lo cual, bien mirado, también es un elogio.